Por Carlos Enrique Saldívar, publicado originalmente en la Revista Exocerebros
La nave de los Chitaanz llegó al sistema solar el último día de diciembre del año 2011. De inmediato analizaron la posibilidad de vida en los planetas que conformaban aquel inhóspito lugar. Descubrieron vida inteligente en el tercero a partir del Sol. Se acercaron a este valioso mundo de inmediato, a fin de iniciar una investigación a dos niveles: geográfico y biológico. Enviaron emisarios a bordo de naves invisibles y detectaron alteraciones en el centro de la corteza terrestre. Profundizaron en el análisis con un detector de cambios químicos (no era necesario al principio, pero algo muy extraño ocurría) y cuando midieron la energía del núcleo, se dieron con una terrible sorpresa: su núcleo colapsaría en el momento en que el planeta girase y se adentrara en el primer segundo del primer día de enero del año 2012, debido a las secuelas de los bombardeos nucleares suscitados entre las diversas naciones. La explosión sería (no hay palabra para calificarla). Todos los seres que habitaban aquella tierra morirían; ni siquiera una pequeña cucaracha lograría salvarse.
Los Chitaanz hablaron con su líder, El Gran Chitz Supremo, para consultar sobre lo que debía hacerse. La respuesta del líder, después de meditarla, fue categórica: «Es un mundo interesante, aunque supremamente violento. Rescaten a un habitante, sólo a uno; no queremos a una pareja que pueda reproducirse y crear una nueva civilización; podrían tornarse incontrolables. Sólo un ejemplar, que sea fuerte como los de nuestra raza. Éste nos narrará la historia completa de ese planeta, sus sueños, secretos y todo cuanto necesitemos saber. Pondremos dicha información en el gran archivo galáctico que estamos elaborando».
Los Chitaanz se alegraron por la noticia. No existía en toda la galaxia un mundo con seres de su mismo nivel mental y espiritual; este hallazgo era el más preciado que habían logrado jamás. Los Chitaanz tenían una cualidad particular: eran geniales historiadores, recorrían el universo buscando civilizaciones inteligentes para poder escribir sobre ellos y sus culturas. Eran una raza poderosa en el aspecto físico. Medían cuatro metros de longitud, tenían seis brazos musculosos, tres ojos adornaban sus rostros, poseían una enorme trompa con la cual llevaban sus alimentos a la boca (pequeña, pero repleta de filosos dientes). Estas cualidades los hacían sentirse poderosos y seguros de sí mismos. Además eran telépatas, aunque su alcance mental tenía un límite.
Les quedaba menos de dos horas para encontrar un ejemplar humano perfecto. Pusieron manos a la obra y al cabo de una hora hallaron uno. Era alto, de tez blanca, cabellos rubios largos, muy robusto, llevaba un bastón y acariciaba (quizá protegía) a algunos animales inferiores, inofensivos, en una zona con muy pocos habitantes. La energía que poseían los Chitaanz solo les permitía traer a su nave una persona a la vez, pero bastaría con eso. Cualquier criatura física y mentalmente sana conoce bien su propio mundo.
Se acercaron a la atmósfera de la Tierra lo más que pudieron y teletransportaron al ser. Su nombre era Nut, lo llevaba bordado en su traje de tela. Quedaba muy poco para el final de aquel infortunado planeta. El mundo que el elegido dejó atrás estalló en mil pedazos, perdiéndose para siempre una raza fascinante y a la vez sobrecogedora. Una vez la nave de los Chitaanz se hubo alejado lo suficiente, intentaron sondear la mente de Nut para encontrar respuestas y conocer la extraordinaria historia del planeta al cual este macizo personaje perteneció. De este modo podrían crear un libro que contara todo lo concerniente a aquel mundo. Un texto magnífico, el cual colocar en un estante de la gran biblioteca galáctica.
Quedaron sacudidos ante lo descubierto, cayeron hacia atrás, frustrados, entristecidos. Sus esperanzas se destrozaron ante lo vislumbrado en la mente de su huésped. Algunos se golpearon a sí mismos, otros elevaron su trompa y aullaron de rabia. Nut nunca supo lo que ocurrió, no estaba asustado, pero sí maravillado ante lo que sus limitados sentidos percibían.
Nut, el último hombre de la Tierra era invidente, sordomudo, y no sabía leer ni escribir.
Carlos Enrique Saldívar. Codirige la revista El Muqui. Administra la revista Babelicus. Publicó los libros de cuentos Historias de ciencia ficción (2008, 2018), Horizontes de fantasía (2010), El otro engendro y algunos cuentos oscuros (2019), El viaje positrónico (en colaboración, 2022). Compiló varias antologías nacionales. El Elegido fue publicado originalmente en la revista Cosmocápsula, número 1, noviembre 2009-enero 2010 (no disponible actualmente en la red).